Convencía a las alumnas de que se cambiaran en su despacho para la clase de educación física, aduciendo que la temperatura en el gimnasio, demasiado baja, no era la adecuada. Allí, sin que ellas tuvieran conocimiento de los hechos, las grababa y luego almacenaba el material en su casa, donde la policía ha encontrado más de una docena de discos duros que habrían sido taladrados para impedir el acceso a su contenido.
Desde Origen, la psicóloga Pilar Conde analiza el posible impacto que sucesos como el del espionaje en el colegio Virgen de Europa pueden tener en los menores
Este era el modus operandi del profesor de un colegio madrileño que ha sido detenido recientemente por un presunto de delito de pornografía infantil. Es el último caso conocido, pero, por desgracia, no el único, ni mucho menos.
Estos episodios que salpican de vez en cuando la crónica de sucesos tienen detrás, según explica la psicóloga Pilar Conde, distintos objetivos. De un lado, el voyeur puede encontrar placer y excitación sexual en la propia conducta de espionaje. Del otro, puede haber búsqueda de placer con el visionado de las imágenes y, por último, es posible que existan intenciones de difusión de contenido pornográfico.
Para las víctimas, en la mayoría de los casos niños y niñas menores, los hechos pueden suponer un antes y un después en su desarrollo emocional. Saber que se ha sido grabado, espiado, supone no sólo tener consciencia del engaño y la manipulación, sino también una invasión de la intimidad física y corporal. A ello hay que sumar, añade la directora técnica de Clínicas Origen, la incertidumbre en relación al destino futuro del material, esto es, cuántas personas lo han visto y cómo lo han utilizado.
En edades tempranas el pudor es un sentimiento a flor de piel, puesto que son fases en las que se vive el cambio corporal, se está desarrollando la sexualidad y por lo que cualquier abuso contra la intimidad física puede incidir en cuestiones clave como la identidad personal, la autoestima, la seguridad y la relación con el entorno.
En este sentido, la experta recomienda una evaluación psicológica de los menores espiados, aunque, a priori, el niño o la niña no den señales de que su bienestar haya sido menoscabado. Se debe vigilar a los más pequeños y hablar con ellos, nada más enterarse de los hechos y también pasado el tiempo, para ver cómo han procesado lo sucedido y puede estar influyéndoles negativamente en su desarrollo. Los menores, explica, conciben que los mayores son los que marcan las normas, lo que está bien y lo que está mal, y de eso mismo se aprovechan los adultos que abusan de menores.
Por ello, es importante hablar con los menores sobre los límites de la sexualidad para que sepan detectar y defenderse en el caso de que sean víctimas de una persona que quiere abusar de ellos. Este diálogo debe llevarse a cabo, finaliza Conde, dejando a un lado, en la medida de lo posible, los tabúes que los adultos también tenemos con relación al sexo: “mi recomendación es que hay que empezar a educar sobre la protección sexual. Al final, desde bien pequeños aprenden a identificar las zonas genitales, por lo que tenemos que enseñarles a cómo relacionarse con ellas de manera saludable y saber protegerse en función de la edad en la que se encuentren”.