‘Simiente de ámbar’, de Jaume Ojea. El poemario ideal para regalar estas Navidades

Jaume Ojea (Barcelona, 1969) es un inquieto buscador de silencios. Conocido por su intensa actividad en el campo de las artes visuales, pero también por su obra literaria. Justamente, acaba de llegar a las librerías su nuevo y esperado poemario: Simiente de ámbar (editorial Cuadernos del Laberinto), páginas llenas de luz y sabiduría donde el pasado y la naturaleza se adhieren a las personas para sublimar el tiempo, tal como recuerda el autor. “Se nos olvida / que únicamente / somos recuerdo.”

Este nuevo poemario Simiente de ámbar se ha definido como el trazo del animal sobre la arena. Un animal que se resiste a silenciar su humanidad. En definitiva, versos sobre el camino, el asombro, las confesiones, el deseo, la luz, el impulso o el dolor. Todo un anaquel de sensibilidad y sabiduría.

¡Qué lejos estoy de mí!

De mi pecho a mi boca

media un millón de acres por labrar.

¿Qué arado me servirá para tal fin?

¿Qué yugo a mis bestias?

¿Qué semillas germinarán?

Jaume Ojea pone de manifiesto, con su poesía, que convertirse en uno mismo es una tarea indeclinable. Llevar a la consciencia esa distancia, esa tierra por labrar, forma parte de la aventura mayúscula del ser. 

Simiente de ámbar es, sin duda, uno de los poemarios mejor construidos y profundos que el lector puede tener entre sus manos; una recomendación magnífica para regalar en Navidad a todos los que aprecian la belleza y la escritura con hondura.

Llega a las librerías de toda España su poemario Simiente de ámbar. ¿Qué va a encontrar el lector bajo este título, cómo es su poesía?

—Publicar significa compartir y yo me siento feliz de que esto haya sucedido de la mano de una editorial como Cuadernos del Laberinto. El lector va a encontrar sobre todo un itinerario abierto, una ofrenda absolutamente sincera, de una intimidad más que notable.

En ocasiones, para comprender el espíritu de la montaña, no basta con subir a la cumbre, se hace necesario contemplar su reflejo en el lago. Mi concepto de poesía tiene mucho de ese reflejo así como del agua que mueve la imagen y la transmuta. También del no-tiempo. Si uno entra en una estrofa que en verdad le toca, ¿cuándo puede afirmar que ha salido realmente de ella? ¿En qué momento? 

Es el verso quien entra y decide cuándo va a salir de nosotros. Estoy convencido de que frente a un poema, el tiempo está en el poema, no en el lector. Pero el tiempo de un poema… ¿Acaso puede delimitarse? Hay versos que te acompañan toda una vida. Por eso, para mí, el tiempo del verdadero poema es un no-tiempo. O al menos esa debería ser una de sus cualidades.

 —Además de la obra poética, es usted un reconocido pintor; de hecho, la maravillosa ilustración de la cubierta del libro es obra suya

—Muchas gracias por la apreciación. La imagen de esa portada es de un óleo titulado Memoria y aprendizaje. En ella se muestra la historia de una mujer en mitad del pasillo de un laberinto sin salida aparente. La vemos justo en el instante en el que decide proyectarse a sí misma haciendo equilibrio, como un funambulista sobre el alambre. De ese modo, consigue sortear la incapacidad momentánea de hallar respuestas y sobrevolar el desafío. La escogimos porque resume muy bien el espíritu del proceso creativo: ese salir fuera de nosotros para ser más que nunca nosotros mismos. Un ejercicio de equilibrio frágil y bello, necesario en cualquier caso.

¿Cómo llegó a la pintura y a la poesía?

—A la pintura y a la poesía ―se me hace difícil concebirlas por separado― llegué de niño. Soy un ser muy permeable… (sonríe) La lluvia del vivir me viene calando los huesos desde que vine al mundo. ¿Por qué acallar entonces esa agua, esa voz? Sería un error imperdonable. A la pintura y a las letras llegué a través de las distintas voces que me alcanzaban entonces y me siguen alcanzando hoy. La voz que emite el color, la que emerge de la corteza de un árbol, de la nervadura de una hoja, del dolor, del espacio entre nube y nube. La relación sería infinita porque todo tiene voz. Incluso el silencio, como afirmaban los antiguos maestros.

Si acercas una voz a un cuenco de agua, el agua se mueve. Viajamos envueltos en voces y más de la mitad de nuestro cuerpo es agua. ¿Cómo no conmoverse? Pero los humanos vamos perdiendo con el tiempo esa capacidad de “escuchar voces”. Demasiada arena en los ojos, demasiados diques. Nuestra especie se va fragmentando en parte a causa de tanto dique, de tanta frontera. Yo decidí no construirlos frente a ciertas voces y permitir que me siguieran habitando.

Su poesía es una consecuencia del anhelo por comprender el misterio que encierra la vida, el ser humano.  

—Absolutamente. Porque tengo sed. Y mi sed tiene que ver con poder abrazar de algún modo ese misterio. Una vez me preguntaron qué había más allá del deseo. Mi respuesta fue sin duda el anhelo. Porque el anhelo no es algo finito. Debería acompañarnos de principio a fin. El anhelo es el elemento donde conviven los otros cuatro elementos, su hogar. Mi anhelo no aspira de ningún modo a resolver el misterio existencial en sí mismo (eso es más bien materia filosófica, no poética), sino a penetrar en ese otro misterio: el del encaje en la propia existencia. Entender qué retal soy de este gigantesco telar y conocer mi relación con el resto de retales. Creo que eso me puede ayudar a caminar, a seguir construyéndome.

El gran poeta palestino Mahmud Darwish aseguraba que si escribía era para poder llegar a conocer algún día la verdadera razón por la que escribía. En mi caso, creo que esa razón está detrás del anhelo por conocer los vasos comunicantes que nos permiten ir de la vida a la muerte, del dolor al gozo, de la palabra a su silencio. No estoy tan interesado en por qué suceden las cosas, sino en cómo suceden, la manera secreta en la que se relacionan una simple taza de café y su sombra, ese diálogo. 

 —Últimamente, parece que la poesía goza de muy buena salud ¿A qué cree que es debido este despertar poético, sigue siendo la poesía un arma cargada de futuro?

—El arte y la poesía han de despertar forzosamente frente a una sociedad dormida. Es una de sus principales funciones y tanto el artista como el poeta tienen una gran responsabilidad respecto de aquello que sienten y ven. Una responsabilidad indeclinable con la que han de poder ofrendar respuestas, coraje y voz. En Simiente de ámbar se incluyen poemas como De la tierra en penumbra, Ahora el mundo no es mejor y otros en los que el verso abraza con fuerza ese compromiso.  

La poesía es muy necesaria. Y hoy más que nunca sigue siendo esa arma cargada de futuro con la que el poeta vasco nos apuntaba al pecho. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse, decía Gabriel Celaya en aquel poema eterno. También yo la entiendo como una poderosa herramienta de progreso, comprometida con la voz de aquellos que menos voz tienen, capaz de iluminar el pasillo cuando otros se empeñan en oscurecerlo.  

¿Qué le da la poesía frente a la narrativa?

—Antes le hablaba del no-tiempo… La palabra tiene un cuerpo extenso, poliédrico. Un poema ha de dar la sensación de que todo lo que desea decirse está ahí, y al mismo tiempo, vuela como un pájaro y, por lo tanto, le queda todo aún por decir. La poesía tiene el poder de detenernos, de parar todos nuestros relojes en una sola palabra. En narrativa esa posibilidad es mucho menos frecuente, parece que al tiempo de la palabra le sea más difícil detenerse, tiene un buen puñado de páginas para explicarte cómo es la pared. En un poema podemos encontrar toda la esencia de esa pared en un solo verso, y al mismo tiempo, pensar que jamás llegaremos a conocer a la pared del todo.

La poesía es, ante todo, latido. A la narrativa la siento más como un respirar que un latir, aunque ambas sean hijas legítimas de la palabra.

¿Para cuándo un presidente del gobierno al que le guste la poesía? ¿Tiene esta algo de incompatible con la política?

—Ha habido algún caso, como el de Leopoldo Calvo-Sotelo o el de Labordeta, pero ciertamente el binomio política-poesía es muy poco frecuente. Nerón, Mussolini o incluso Hitler, personajes bien siniestros que estuvieron al mando de un país y lo devastaron, leyeron poesía e incluso la escribieron. El hecho de proclamarse amante de la poesía o incluso de escribirla, no convierte a nadie en un buen presidente de gobierno, hacen falta otras cualidades. En este país hemos también tenido otros ejemplos, algunos políticos han utilizado el gusto por la poesía para proyectar una imagen de sí mismos que no se correspondía con la realidad. Ojalá tengamos un presidente o presidenta algún día que ame verdaderamente la poesía y defienda ese vínculo con la profundidad y sinceridad que este merece, aunque he de reconocerle que no albergo esperanza alguna en esa cuestión.

¿Por qué?

—Personalmente, soy de la opinión de que la política y la poesía pueden llegar a ser perfectamente compatibles. Aquellos llamados a tomar decisiones que afectan a millones de personas deberían tener junto a ellos la mano y el corazón del poeta. Pero los derroteros que ha tomado la política a lo largo de la historia no son muy esperanzadores en ese terreno. Mucho me temo que va a ser difícil volver a ver juntos en este mundo a otros Mahatma Gandhi y Rabindranath Tagore en la defensa de los derechos de los más débiles.

 —¿Qué opinión le merecen la métrica y la rima en la actualidad?

—A mi entender, el giro en la evolución de la métrica y la rima, principalmente en el último siglo, la liberación de los cánones clásicos y las nuevas formas de abordar los temas, han propiciado un importante incremento en la creación de nuevos poemarios. Es cierto que ahora se escribe mucha poesía y eso siempre va a ser una buena noticia, pero también es cierto que se lee algo menos, que las formas de comunicarnos han cambiado y no todas lo han hecho para mejor.

Vivimos en la sociedad de la inmediatez, donde todo parece que ha de llegar sin espera. Las noticias llegan a las pantallas de los teléfonos móviles antes que a la radio o a los periódicos y no siempre responden a la verdad. Prima lo urgente a lo verdadero. Eso, inevitablemente, también se traslada a algunas formas de expresión. Un poema puede asaltarte de pronto, pero ese asalto requiere tiempo. La urgencia ha de ser una virtud en cuanto al sentir. Uno ha de sentir la urgencia de escribir porque es vital, pero luego ha de ser capaz de trasladar esa urgencia con los criterios necesarios.  

¿Qué consejos daría a los jóvenes que comienzan a escribir?

—La pregunta me lleva inevitablemente al libro del enorme poeta austríaco Rainer Maria Rilke: Cartas a un joven poeta. “Solo hay un medio ―apunta Rilke entre otros cientos de maravillosas premisas―. Entre en sí mismo e investigue ante todo el fundamento de lo que usted llama escribir”. Pero eso que puede parecer a priori tan sencillo, nos puede llevar toda una vida, como bien suponía Mahmud.

Creo que el horizonte del que escribe no debería estar sujeto a lo superfluo. Que ante el papel, como ante el lienzo o como ante todo lo que haya de suponer en la vida un comienzo creativo, ha de haber una importante dosis de honestidad. Después, cada autor debe poner todo el empeño en saber cuál es su ritmo, su lenguaje. Hoy en día se comparten en redes sociales cientos de miles de manifestaciones artísticas y literarias. La mayoría de ellas parecen haber salido de la misma mano, como si no les importara tener un lenguaje propio. Antes le decía que bajo mi punto de vista, la poesía es latido y la narrativa respiración. Partiendo de esa premisa, dado que no hay dos corazones iguales, no hay respiraciones idénticas. Por tanto, lo primero que aconsejaría a quien se decida a empezar a escribir es tratar de responder a esas preguntas: ¿Cómo es mi latido?, ¿qué lo impulsa y alienta?, ¿qué lo detiene?, ¿qué cuestiones me empujan a llenar conscientemente mis pulmones? 

El talento ha de estar al servicio de un lenguaje que lo potencie y con el que podamos identificarlo. Cuando uno lee a T.S. Eliot, a Adonis o a Carson, cuando uno está frente a una obra de Schiele o de Cézanne, no puede imaginar que eso que lee o que observa pueda ser creado por otro. Está ante un lenguaje único. Cada autor ha de ser capaz de abordar el suyo. Esa es la meta. 

¿Qué le mueve a escribir?

—Me mueve la vida, el abrazo de los árboles, el deseo, la tristeza del que sufre, el espacio de esas voces de las que le hablaba al principio. Me mueve el sentir que sigo siendo permeable, que no me he cerrado a pesar del dolor, que sigue en pie mi anhelo de respuestas. Me mueve el sentir el poema como un camino de evolución personal, de construcción constante. Cuando escribo, cuando tengo entre mis dedos un lápiz o un pincel, estoy más cerca de mí que cuando no los tengo, esa es la cuestión. Hay mil maneras de entrar en un poema. En ocasiones basta con una ráfaga de viento moviendo la rama que golpea el cristal, con el presagio de tormenta sobre los campos, con una simple imagen o el bostezo de un animal.

Simiente de ámbar incluye un poema breve que lleva por título Escribir un poema es cincelar el espíritu. Eso resume lo que siento y la razón por la que me dispongo a situarme frente al papel con un lápiz en la mano, deseoso de escuchar las voces que me llevan al poema. 

 —Recomiéndenos algún libro de poesía

—No me resulta nada fácil decir un solo nombre porque eso supone dejar de decir muchos otros, pero voy a portarme bien y a responder a su pregunta. Mi recomendación es Poesía no completa (Ed. Fondo de Cultura, 2021), de Wislawa Szymborska.

Se me ocurren muchas razones para animar, a quien no lo haya hecho aún, a emprender la lectura de esta maravillosa obra de la poeta polaca. Por Wislawa siento una gran admiración, no tan solo por su pericia e inteligencia, sino por la humanidad que desprende cada uno de sus versos. Su figura es inmensa, su capacidad para enfrentar un régimen con la palabra, la ausencia de retóricas inútiles, su más que finísimo sentido del humor… 

Szymborska representa muy bien esa búsqueda incansable del ser humano, la valentía sin límites a pesar de tanta suciedad envolvente, a pesar de tanta cicatriz, ese tratar de resolver el enigma con el que venimos atados al mundo. Hay mucho de asombro en la lectura de sus versos, pero a mí me gustaría destacar esa capacidad de abordar los grandes temas a través de la observación del más pequeño detalle. A través de la imagen que para muchos pasaría desapercibida, la poeta nos lleva a ese lugar del no-tiempo en el que uno integra las respuestas.

Fotograma de una realidad palpable

Ya se acaba la noche

—empieza otra noche aún más honda—

y en mi piel, el vacío de una habitación

se arrastra e implora el escalofrío de un animal.

Caminas hacia mí

y a tu paso van creciendo los árboles

los haikus que conservas intactos te ven desnudarme

resurgen de sus páginas vírgenes

dejan caer sus versos discretamente

mientras tu partitura y la mía

practican esgrima sin cable.

Soldadura

El hecho de que entre todas las palabras

elijas minuciosamente

aquellas con las que nos hacemos a la mar

como si todas ellas fueran de pronto

una sola sílaba que pudiera ramificarse

entre mi estuario y tus marismas

es la razón por la que a pesar de tanta tierra

nuestros idiomas

serán por siempre una sola lengua.

Razón poliédrica de la belleza

Podrías hacerte pasar por magnolia

por espejismo, por sueño resbaladizo

por delirio que sostuviera poderoso

la claridad prematura de las bestias y de las flores

que anuncian el retorno de una vigilia nómada.

Podrían confundirte

con el fulgor noctívago de las cosas

con la cera ardiente de las velas

que al derramarse estalla sobre el cristal.

Podrían creer que eres el camino

su eterna madrugada, el bálsamo, la pasión sin hastío

el asombro que combate a los soliloquios inútiles

al tedio y a todos sus aliados deformes.

Podrían verte

y ver en ti al insomnio

que levanta la carne dormida del sueño

la sangre que nunca tocará el puñal

la blancura, tu blancura, mi blancura…

Podrías hacerte pasar

por el aire que me entra por los ojos

cuando al oler tu vientre de algas

me decido a estar vivo.

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