La calle Alcalá albergó hace más de 150 años el primer árbol de Navidad de España

En la actualidad, todos estamos más que acostumbrados a ver las calles, los espacios y las casas decoradas hasta arriba de adornos navideños, y por supuesto de árboles navideños. Una tradición que hemos adoptado y que no se nos pasa por estas fechas. Pero, ¿cual fue su verdadero origen?

Se dice que el nacimiento del árbol de Navidad habría que situarlo en Alemania y en la primera mitad del siglo VIII. Cuenta la leyenda que un evangelizador inglés, San Bonifacio, estaba discutiendo con unos druidas sobre el valor sagrado del roble. San Bonifacio defendía que no, y hasta aquí es donde coinciden todas las versiones conocidas.

Una primera versión dice que San Bonifacio cortó un fresno perenne (el Yggdrasil o árbol de la vida) y plantó en su lugar un pino. Otra versión, algo más brusca, dice que cortó un roble e hizo desaparecer todos los de su alrededor a excepción de un abeto. Ese árbol superviviente comenzó a ser venerado como el abeto del niño Jesús.

Otra leyenda, esta más contemporánea, calcula que el primer árbol de Navidad tal y como lo conocemos nació en Tallín (Estonia) en torno al año 1441. La leyenda en cuestión, una de las muchas que adornan la historia de la ciudad, cuenta que había un árbol en la plaza principal de la localidad. Al parecer, un comerciante soltero comenzó a bailar alrededor del árbol en compañía de varias mujeres y acabaron quemando el árbol. El suceso, lejos de provocar consternación, desató la costumbre de iluminar abetos coincidiendo con la Navidad.

SU LLEGADA A ESPAÑA

Para conocer cómo llegó esta tradición a España debemos viajar en el tiempo, a mediados y mantenernos en Europa, ese viejo continente de constantes conspiraciones, alianzas y traiciones, y de aristócratas. Entre lo más selecto de la sociedad europea, poco a poco, empieza a resonar el nombre de una mujer de la que todo el mundo alababa su excepcional belleza.

Esta era Sofía Troubetzkoy. Nacida en Moscú en 1838, se casó con un hermanastro de Napoleón III y de ella se rumoreaba que era hija ilegítima del zar Nicolás I. Al poco de contraer matrimonio, enviudó y un tiempo más tarde se enamoró en una fiesta de un español, Pepe Osorio. Este era uno de los madrileños más poderosos e influyentes de la época. Ostentaba títulos como el de Duque de Sesto o Marqués de Alcañices y terminaría siendo también alcalde de Madrid. El flechazo entre ambos fue tan absoluto, que se casaron en 1869.

Un año después, en 1870, decidieron pasar juntos las Navidades en el Palacio de Alcañices que se ubicaba en la calle Alcalá 74, en los terrenos que ahora ocupan la sede del Banco de España junto a Cibeles. Aquellas Navidades, Sofía Troubetzkoy, decidió poner en práctica una costumbre muy extendida entonces por bastantes países de Europa y con especial arraigo en Rusia pero nunca vista en Madrid. Adornar un abeto con elementos navideños.

La princesa rusa tuvo además un detalle con su nueva ciudad de acogida y fue abrir un sábado las puertas del palacio para que los madrileños pudieran admirar mejor este elemento que, con el paso de los años, se ha convertido en un imprescindible en muchos de los hogares de Madrid y de España.